Formación basada en Competencias

Por Dr David René Thierry García (Extracto)
 

En pleno siglo XXI, tercer milenio, el éxito de cualquier organización radica en la certificación de las capacidades de sus colaboradores, como “garantía” de que se pueden cumplir los parámetros de acción requeridos. Hoy en día se cuenta con organismos, criterios, instrumentos y expertos que certifican procesos de producción de bienes o generación de servicios -productos o servicios-, sistemas de gestión y de aseguramiento de la calidad, y personas.

La respuesta ante este embate es la formación profesional basada en competencias.

La formación profesional basada en competencias, como una línea de evolución del enfoque por objetivos (por problemas, por casos, etc.), consiste en establecer los resultados de aprendizaje deseados, a los que, por lo general, se hace referencia como competencias que representan las intenciones instruccionales de un programa y los desempeños esperados (situación deseada) y especificados previamente a la instrucción.

Además, cada competencia se asocia a un sistema de enseñanza que incorpora el módulo como un componente esencial, entendido como una unidad de competencia con estrategias que comprenden la situación inicial (mediante la evaluación de aprendizajes previos) y acompañan al aprendizaje a lo largo de todo el proceso de formación.

De lo que se trata, con esta propuesta, es de cuestionar a fondo los objetivos hacia donde apuntan los programas de formación y desarrollo, tanto a nivel de las instituciones educativas, como en el de las empresas, durante el siglo XXI, a saber: la formación de ciudadanos informados, preparados para ganarse la vida, conscientes de la importancia de su contribución en el desarrollo económico y social local, nacional, regional y mundial (planetario diría Edgar Morin).

La UNESCO ha propuesto los pilares de la educación para este siglo en el Informe Delors: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser; a los que resulta insoslayable incorporar, como lo he señalado en múltiples ocasiones, aprender a emprender para lograr, de acuerdo con cada tipo de educación, aprender a indagar, aprender a aprender, aprender a estudiar y aprender a investigar; y en términos de una visón prospectiva de la educación, hay que aplicar Los siete saberes necesarios para la educación del futuro que propone Edgar Morin.

En la era del acceso a la información, de la sociedad y la economía del conocimiento, corresponde a las universidades y centros especializados de formación profesional (Consultorías e institutos educativos) , como responsables de la formación profesional, promover la adquisición y el desarrollo de un conjunto de competencias esenciales que un individuo debe dominar como resultado de su transición por ambientes de aprendizaje (o aulas inteligentes), de su participación en comunidades de indagación y de realizar actividades en el lugar de trabajo.

Las competencias académicas esenciales promueven el desarrollo de las capacidades humanas de: resolver problemas, valorar riesgos, tomar decisiones, trabajar en equipo, asumir el liderazgo, relacionarse con los demás, comunicarse (escuchar, hablar, leer y escribir), utilizar una computadora, entender otras culturas y, aunque suene reiterativo. aprender a aprender.

La interdependencia en este enfoque de formación propiciará el desarrollo profesional a través de las competencias: conceptual (entender los fundamentos teóricos de la profesión); técnica (habilidad para desempeñar las tareas requeridas del profesional); de contexto (entender el contexto social <<ambiente>> en el cual se practica la profesión); de comunicación interpersonal (habilidad para utilizar la comunicación oral y escrita en forma eficaz); de integración (habilidad para combinar las destrezas teóricas y técnicas en la práctica profesional real); y de adaptación (habilidad para anticipar y adaptarse a los cambios <<por ejemplo tecnológicos>> importantes para la profesión).